Relato literario de arte: Era un día especial. John Pennon fornicó a su china hasta secarse. Pero se comió unas veinte tortillas norteñas de harina, grasa vacuna y sal. ¡Ya estaba repuesto! Además se tomó unas cervezas Oslava que la botella de plástico de un litro estaban a un dólar. Había veganismo entre los hippies fumanchines de esa época, pero a John le gustaba el té con miel, el queso de cabra y el queso brie y la carne. Era un seguidor de la grasa. Y sobre todo de VelXbelt, el esbelto dibujante. Este inmenso artista que trasciende generaciones y océanos combinaba la psicodelia de Alex Grey y la elegancia de Suárez (el DaVinci chanero). En eso estaba John, evocando carnes, cuando se teletransportó a Taco Bell y se morfó a Dipper, Mabel y Soos. John Pennon no sabía de esa creepypasta. Se había trasladado en el tiempo. Tuvo que retornar a su destino final. Su destino estaba sellado. Estaba triste, porque sabía lo que le esperaba. Pero él quería ser legendario. Su china seguía haciendo arte conceptual y era más interesante que él, que con su guitarra homoerótica y su piano afeminado, sólo conseguía que Elton John a su lado parezca Bin Diesel. Así le secó sus testículos Yoko Ono a fuerza de absorverle la masculinidad con técnicas de Shang-Tsung.
Pero bueno, John se caminó una cuadra, saciado, inflado. En el Central Park, una flaca de las coloradas (quizá la nieta de Mustaine) lo miró con asco. John ya conocía todo de las coloradas mojigatas y delatoras. En sus días de los danger four de LiverPool, la piscina de hígados, se folló a mil Candances Flynns. Con su voz de serpiente Kaa hipnotizó a la chamaca haciéndole imaginar un mundo ideal, un mundo estilo-perrito. "Perra, perra / ojalá que ardas en el infierno" le cantó el millonario ataviado de hippie, pero portador de un Rólex y de un Porsche o un Alfa Romeo o uno de esos autos onerosos.
Aunque su cuerpo estaba reventado por los excesos y las tortillas norteñas, se sentía un toro seductor. Un tanque de guerra ante cuyo fálico cañón, las mujeres se abrían de par en par para impregnarse de su balística simiente.
Pero todo concluye al fin. Todo termina.
Mark Chapman, un incel celoso y lector de Salinger, se apareció desde las sombrías breas latinas para manguear un autógrafo al jesuítico músico antibelicista pero bien que sopapeaba a su primera hembra y abandonó a su primer y último primogénito. Mientras John firmaba, Mark Chapman sacó su rifle anti-elefantes Smith & Wesson del especial y de un tiro a quemarropa en el centro del marulo le hizo saltar todo el chocolate al imaginativo folla-chinas.
Pero nadie le quita lo follado al gran John. A lo mucho, el odiador de Vexbelth le añade unos penes digitales (siempre añade el mismo varias veces) y bueno, pero eso ya pasó; lo pasado, pisado. Lo que importa es que imaginemos un mundo donde para hacer bien el amor haya que venirse al sur. Para cuando venga alguna gringa ya estaré bien muertito, ja ja. Pero bueno, la vida es así. No todis podemos ser John Pennon, amigue.