>>120617
-El alarido de Eirim. Su voz estalló como una tormenta aguda, como una banshee condenando a todos los presentes a sentir su dolor.
-No fue un grito humano. Fue un chillido desgarrador, agudo como el filo de mil cuchillas raspando contra piedra, chirriante como un vidrio quebrándose en los oídos. El sonido reverberó en los escombros, recorrió las rejas del elevador dorado y se expandió como un torrente insoportable. Todo aquel que lo escuchó, se llevó las manos a la cabeza por reflejo, buscando ahogar esa violencia sonora. Los goblins, con sus grandes orejas hechas para el murmullo de túneles y cavernas, fueron los más afectados: se doblaron, gimieron, cayeron sobre sus rodillas, tapándose los costados de la cabeza en una coreografía de sufrimiento colectivo.
-En ese resquicio de distracción, en esa grieta breve entre el terror y la acción, Eirim se aferró a su fe. Sus rezos ardieron en el aire, y ante ella se levantó un muro de luz, un resplandor sólido, una muralla sagrada que dividía el pasillo en dos mundos. De un lado, la marea goblin; del otro, los pocos que aún resistían arrinconados junto al ascensor dorado. La claridad hiriente del escudo era un contraste grotesco con la penumbra mohosas de la mazmorra, como un rayo clavado en medio de un cementerio.
-Pero el ejército, disciplinado como un enjambre de hormigas, pronto se recompuso. El dolor se volvió furia. En perfecta sincronía, lanzas y espadas golpearon contra el muro de luz. No era la fuerza de un golpe lo que importaba, sino la suma de todos, una marea de acero oxidado embistiendo en un mismo compás. Cada impacto reverberaba en la muralla, expandiéndose en ondas que hacían vibrar los huesos de quienes se encontraban detrás. El estrépito metálico llenaba el pasillo, un retumbar uniforme que recordaba a un tambor de guerra sin melodía, sin alma. El muro no mostraba grietas, pero el ruido, la presión, el temblor, transmitían desconfianza, como si aquello no pudiera resistir para siempre.
-Entonces, sin aviso ni lógica alguna, el Polillon camino y si se paro frente al ejercito de goblins. Como si el mismísimo universo lo hubiera arrojado ahí, se plantó justo contra el escudo de luz, separado de la horda como una bestia enjaulada en un zoológico. Pero esta vez, la bestia era consciente de su condición... y la disfrutaba. Con la indiferencia de quien mastica un tentempié, Polilla devoraba el brazo de goblin arrancado, los tendones colgando como cuerdas húmedas que chasqueaban entre sus dientes. Y mientras masticaba, como si de repente se aburriera de la solemnidad de la situación, comenzó a orinar. No un hilo discreto, no un charco vergonzante, sino un chorro brutal, desmedido, con la presión de una manguera de bomberos desatada.
-El líquido golpeó la superficie del muro sagrado con un chisporroteo repugnante, salpicando en todas direcciones. Los goblins, al otro lado, lo presenciaban con los ojos amarillos muy abiertos, obligados a mirar el acto de burla más primitivo y humillante posible. La orina, lejos de ser normal, era un brebaje infernal, espesa, de un ámbar oscuro cercano a la brea, arrastrando consigo coágulos, pus y diminutas piedras de vejiga que repiqueteaban contra el escudo como granizo de carne. El hedor que se desprendió era indescriptible, como cloaca podrida mezclada con hierro oxidado.
-Y entonces, lo imposible ocurrió: el chorro traspasó el escudo de luz. Como si la divinidad misma se negara a contener tal blasfemia, el muro dejó pasar aquella cascada repugnante, y de pronto, toda la primera línea de goblins se vio empapada. Sus cascos y escudos chorreaban con la pestilencia, y algunos incluso tragaron sin querer aquella mezcla al gritar, escupiendo entre arcadas. Pero la marea no se detuvo ahí: el rocío alcanzó también al propio Polilla y a algunos de los tuyos, salpicando los pies, pecho y hasta el rostro de quien tuvo la mala fortuna de estar demasiado cerca.
-El silencio que quedó tras el chorro fue espeso, pegajoso, cargado de una indignidad indescriptible. Y como era de esperarse, la consecuencia fue inmediata. La horda de goblins estalló en furia. Un rugido colectivo emergió de sus gargantas como si compartieran una sola rabia ancestral. La disciplina opresiva de su formación no se rompió, pero la violencia de sus golpes contra el muro se multiplicó con un frenesí inhumano. El escudo tembló, retumbó, y cada impacto ahora llevaba no solo la fuerza de la guerra, sino la humillación de ser bañados por la vejiga más podrida de la creación.
-Gerardo, ordenó correr hacia el ascensor. Pero había un problema: los barrotes de oro habían cedido y deformados al impacto de la explosión. El marco estaba torcido, hundido como la mandíbula rota de un cadáver, los barrotes doblados impedían la entrada, un obstáculo cruel entre la vida y la muerte. El tiempo se deshacía como agua entre los dedos, y cada golpe contra el escudo era una sentencia más cercana. Manat avanzó sin pensarlo, tomó su hacha con furia y empezó a forzar los barrotes. Su fuerza descargándose contra el metal con hachazos y embates que retumbaban con un sonido sordo. Cada golpe retumbaba como si la mazmorra entera se estremeciera. Y entonces, con un estruendo seco, el mango de su hacha se partió en su propia mano, astillas volando, la hoja girando en el aire hasta rebotar contra la piedra y caer inerte. El eco del quiebre sonó como un mal presagio.
-El ogro, sin perder tiempo, se adelantó. Sus manos desnudas rodearon los barrotes doblados, y con sus gruesos dedos y fuerza bruta, los enderezo sin esfuerzo, acompañados de un crujir metálico que dolía en los dientes al escucharlo. A su fuerza descomunal no le costó demasiado lo que para otros hubiese sido imposible, y poco a poco, la entrada quedó abierta. Gerardo fue el primero en entrar, seguido por Tabla que cargaba a la niña demonio.
-Dentro, la sensación amarga fue inmediata. El elevador, diseñado como una jaula de carga, era espacioso, sí, pero no lo suficiente. Con el tamaño de Hurr (que apenas cabía) Ya el espacio se sentía reducido, la Babosa tambien era tan grande como este, y las pertenencias recuperadas ocupaban un lugar insalvable. Y el ogro de Kersh, directamente no podría pasar por el marco, Aun si lo intentara, no habría lugar para todos. No todos bajarian.
-Las runas que adornaban el interior del elevador, grabadas en los barrotes como cicatrices brillantes, parecían pulsar con un lenguaje incomprensible. Y aunque no entendías su significado, sabías que al tocarlas, o mejor dicho intuías sin comprenderlo del todo, que al recorrerlas con tu mano, el elevador obedecería y descendería. No hacia arriba, no hacia la salvación, sino más profundo aún, en dirección incierta.
-Mientras tanto, el escudo de luz comenzaba a agrietarse. No habia mucho tiempo, cada golpe resonaba con mayor fuerza, vibraba y se agrietaba mas y mas con un tono más grave, casi se sentía como si las murallas mismas de la mazmorra estuvieran a punto de quebrarse. Pero mientras esto ocurria Eirim fue con Pupus, que aún yacía con la pierna toda pateada por el pedrolo. Ella rezó, y sus manos brillaron con un fulgor cálido, y el resplandor envolvió la pierna destrozada del Caius.
-El hueso crujió al recomponerse, la piel se estiró, el cartílago se soldó con una lentitud dolorosa. Al final la herida cauterizo, no estaba curado del todo, pero podía caminar, y cuando pudo apoyar la pierna, aunque no perfecta, sí lo bastante firme, soltó un suspiro entrecortado. Tras un rato de silencio, se voltea a Eirim, y sin contexto, pero aliviado, posó su mano sobre la cabeza de la niña, un pat pat.
>Pupus
“Gracias, niña.”
“....."
“Pero ahora ve al elevador.... esto no va a resistir mucho más.”
-Los reos de Gerardo (o quizá sería más justo llamarlos los condenados que él intentó rescatar) recogían a manotazos los fragmentos de piedra que todavía rodaban por el suelo. Con desesperación los lanzaban contra la horda, como si fueran la barra braba del Cerro FC. Las piedras pasaban entre los huecos del muro de escudos y golpeaban con crujidos secos los cascos abollados de los goblins. Algunos tambaleaban, otros alzaban las manos por reflejo, apenas un respiro en medio de la marea metálica que avanzaba.
-En un rincón, Hrrriiik se arrodillaba sobre el suelo cubierto de polvo y sangre, acunando los cuerpos deformes de sus garrapatas muertas, que habían muerto protegiéndolo del impacto de los escombros. Sus brazos temblaban, su cuerpo se sacudía con sollozos entrecortados, lágrimas espesas corrían por sus mejillas como lodo brillante en la penumbra. Frente a él, el artista rubio, ese despojo marcado por la ictericia, sostenía un hierro torcido como si fuese un cetro de teatro. Sus labios moviéndose rápido, decía algo a Kersh mientras el caos se deshacía a su alrededor.
-El Pupus, alzó sus plegarias, y una nueva ola de luz brotó de sus manos. El primer escudo de Eirim se disipó, pero en su lugar otro lo reemplazó, un muro de resplandor que volvió a separar a la marea goblin de los supervivientes. El aire chisporroteaba con esa energía sagrada, que no era más que tiempo prestado.
-Manat cargaba con los heridos uno por uno hacia el ascensor. Levantó al rubio como si no pesara más que un pliego de papel. Cuando lo dejó cerca de Gerardo, sus miradas se encontraron. Esos ojos ciegos, que habían contemplado alguna vez la belleza de un mundo que ya no veía, Ojos de un artista que ve la belleza a pesar de no ver mas la vida, brillaban con una calma dolorosa. No hacía falta hablar, el con su cuerpo lo sentia, espacio reducido del ascensor ya había dictado sentencia. El rubio rompió el silencio con una voz quebrada, pero firme como quien ensaya las últimas líneas de una obra:
>ictericia
"Mírame"
[Expand Post]
"…"
"Nosotros ya estábamos muertos antes de que nos rescataras de nuestras cadenas."
"Nos diste esperanza. No nos dejaste morir solos, y eso vale más que todo."
-Su voz vibraba como un violín desafinado, pero cada palabra tenía fuerza.
>ictericia
"Por eso... Vive. Y vivan por los que ya no pudieron."
-Hubo un instante de duda, un vacío. Después, la frase final.
>ictericia
"No."
"Sé creativo... Observa, siente y expresa"
"Haz arte, por los que ya no pueden.
-El rubio inclinó el torso en una reverencia lenta, como un actor despidiéndose del público en un escenario vacío. Sus dedos rozaron las runas grabadas en el dorado del ascensor, activando su mecanismo. En ese mismo momento, la mano inmensa y verde del ogro lo arrancó del interior y, con un movimiento brutal, empujó a los que quedaban fuera (ustedes), obligándolos a entrar. El rubio, los otros reos, el ogro mismo quedaron atrás.
-El marco del ascensor crujió con un sonido de hierro vivo, y los barrotes dorados se cerraron como los huesos de una jaula, atrapándolos a todos en el interior. Desde dentro, podían ver todavía cómo el segundo escudo de luz vibraba bajo los impactos, resquebrajándose como un vidrio demasiado tenso.
-Y entonces estalló. El muro de fe se desintegró en una explosión de chispas, y la marea goblin entró como cuchillas en carne blanda. Las lanzas atravesaron sin misericordia los cuerpos débiles de los prisioneros. Gritos secos, huesos quebrándose, el olor metálico de la sangre alzándose como un humo invisible. Pero el ogro no se detuvo: blandió su garrote de hierro y pronunció palabras inhumanas, runas rotas que se entrelazaron en el aire. Los reos, aun sangrando, fueron envueltos en destellos oscuros: sus cuerpos recuperaban fuerza, cerraban sus heridas a medias, y se lanzaban de nuevo contra el enemigo. El choque fue desigual, desesperado, pero no completamente en vano.
2/?