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-El aire en tus pulmones comienza a desaparecer, escapando como si tu cuerpo no tuviera derecho a retenerlo. Cada exhalación se alarga, como si el propio aire estuviera siendo arrancado de ti, dejando atrás un vacío creciente. Aunque tu cuerpo de manera instintiva intentara desesperadamente inhalar, algo invisible, algo más allá de la comprensión, te lo impide. No importa cuánto lo desees, cuánto lo necesites, tus pulmones se niegan a responder, y el aliento se te escurre como arena entre los dedos. La presión en tu pecho es abrumadora, la sensación de ahogo te envuelve lenta pero inexorablemente.
-De repente, es tu cabeza la que comienza a transformarse en algo irreconocible. Un calor agobiante la invade, y sientes cómo tu cerebro, se derrite. Es como si fuera nieve bajo el sol abrasador de un mediodía implacable, disolviéndose en un charco tibio que gotea lentamente dentro de tu cráneo. El dolor es algo que nunca habías imaginado, algo tan profundo y agudo que te quiebra por dentro. Tus ojos arden como si estuvieran a punto de explotar, tus oídos laten con un dolor palpitante, cada pulso es como un martillazo en las sienes, cada sonido es una daga que se clava en lo más profundo de tu conciencia. Y llorar, apretar los dientes, o incluso gritar, todo es inútil; no hay consuelo, no hay alivio. Sólo hay dolor, un dolor que aumenta con cada latido, un tormento que parece no tener fin.
-La luz. Esa luz blanca, cegadora, omnipresente. No sólo te envuelve, sino que se filtra en cada rincón de tu ser, penetrando más allá de lo físico, atravesando tu piel, tus músculos, llegando hasta tus huesos. La sientes vibrar dentro de ti, como si todos tus nervios estuvieran desnudos, expuestos a la intemperie. Es como si alguien hubiera desollado tu cuerpo, y ahora, con una tenaza afilada, estuviera arrancando cada uno de tus tendones con una brutalidad meticulosa. No hay cuidado en sus manos, sólo crueldad, un sadismo que se deleita en tu sufrimiento.
-Y luego, tu cuerpo comienza a ceder. Tus manos, tu espalda, tus piernas... lo que una vez fue sólido y firme, ahora empieza a ablandarse, a perder consistencia. Es como si tu carne se derritiera, volviéndose una masa blanda y pegajosa que resbala lentamente desde el asiento, fusionándose con él. Sientes cómo te deslizas, cómo lo que eras se disuelve en esa superficie incómoda. No hay control, no hay resistencia posible. Y con cada segundo, el control sobre tu cuerpo se desvanece más. Ya no sientes tus brazos, tus piernas; pronto, ni siquiera tu pecho responde. Lo que una vez te definía se está desintegrando, como si nunca hubiera existido.
-Lágrimas calientes caen por tus mejillas, pero no son lágrimas normales. Son tus ojos, licuándose lentamente, derramándose fuera de sus cuencas como un líquido espeso y ardiente que corre por tu rostro. Te estás descomponiendo, no solo físicamente, sino en todos los sentidos posibles. Sientes cómo tu ser, tu alma, incluso tu existencia misma, se esfuma entre tus dedos. El vacío comienza a consumirlo todo, arrastrando lo que fuiste hacia un abismo sin fondo.
-La desesperación se instala con fuerza. No es simplemente la pérdida de tu cuerpo, sino la de todo lo que alguna vez fuiste. Cada fragmento de tu identidad, de tu vida, se evapora, arrancado por esa luz incandescente y ese dolor insoportable que te perfora hasta en los lugares más recónditos de tu inconsciente. El sonido que te envuelve es grotesco, un rugido atronador que aplasta cualquier otro sentido, una cacofonía que te aturde y te envuelve. No puedes sentir, no puedes escuchar, no puedes ver nada más. Todo se convierte en un caos de luz, sonido y agonía, mientras el mundo que conocías se desmorona a tu alrededor, dejándote solo en medio de la nada.
-Sin opción alguna, te aferras a lo único que te queda, a lo único que aún parece sostenerte en este abismo de sufrimiento: tu fe. Rezando, dices oraciones que apenas puedes recordar, cada palabra es un hilo frágil que intentas entrelazar, esperando que sea suficiente para mantenerte a flote en medio de la oscuridad. Es como si fueras un niño perdido en la vastedad de un océano infinito, a merced de fuerzas incomprensibles, fuerzas que te superan y te arrastran sin que puedas hacer nada al respecto. No tienes control, no tienes poder, sólo el eco de tu fe, un último refugio ante la abrumadora marea de lo desconocido.
-Y entonces, lo sientes.
-Es algo distinto, algo tan colosal que todo lo que has experimentado hasta este momento palidece en comparación. No es dolor, no es una sensación física o emocional, es algo mucho más profundo, más allá de lo que tu mente puede procesar. Es un poder, una fuerza primigenia, incomprensible, tan vasta que tu cerebro, por instinto, se niega a asimilarlo. No hay palabras para describirlo, porque cualquier intento de comprensión se disuelve ante su magnitud. Sientes que este poder opaca todo lo demás: el dolor, el sufrimiento, el miedo, todo queda relegado a un segundo plano, absorbido por esta nueva y avasallante presencia.
-La luz blanca que te ha rodeado, que ha sido tu tormento constante, comienza a transformarse. En medio de su cegadora intensidad, algo se perfila. Una sombra, oscura y monumental, se alza lentamente, imponiéndose sobre ti como una torre infinita. Es más grande de lo que tus ojos pueden abarcar, más vasta que cualquier cosa que hayas presenciado. Es como si esta sombra viniera de otro plano, algo tan antiguo, tan ajeno a la realidad, que su mera existencia distorsiona lo que percibes. Te sientes pequeña, insignificante ante su presencia, una molécula frente a una montaña del cosmos que se yergue inquebrantable en el horizonte de un cielo desconocido.
-Y entonces
https://youtu.be/J_bmsjLI1ZQ todo se desvanece.
https://youtu.be/gvh3F4D6QrE
-La nada absoluta… Te hundes en un vacío insondable, más allá del entendimiento humano. Aquí no hay tiempo ni espacio, no hay ni arriba ni abajo, ni calor ni frío. El concepto mismo de sonido no tiene cabida en este abismo; la luz cegadora que alguna vez torturó tus sentidos se ha desvanecido, pero tampoco ha sido reemplazada por oscuridad. No hay ni siquiera ausencia de luz, porque el propio concepto de imagen o visión ha dejado de tener sentido. Estás siendo absorbida por esta nada, devorada por algo que no es ni materia ni antimateria, sino la negación total de ambas.
-Tu cuerpo… no lo sientes. No es que esté entumecido o adormecido, es que ya no existe. Intentas recordar la sensación de tener brazos, piernas, piel, pero esos recuerdos se disuelven como humo en el viento, y pronto ni siquiera puedes recordar lo que es recordar. El concepto de tener un cuerpo físico, de sentir, de existir en un espacio, todo se ha evaporado. Ya no eres carne ni hueso, pero tampoco eres espíritu o alma. No tienes conciencia, ni pensamientos. Ni siquiera eres una idea flotando en la vastedad. Es como si la esencia de tu ser, lo que alguna vez te definió, hubiera sido borrada, no sólo de esta realidad, sino de todas. Como si nunca hubieras existido, como si todo lo que fuiste fuera un error que el universo ha corregido.
-No hay vacío, porque incluso la noción de "vacío" presupone la ausencia de algo. Aquí no hay ni siquiera esa ausencia, porque para que algo falte, primero debe haber existido. Y tú… tú ya no existes. Ni como memoria, ni como concepto. No eres ni siquiera un pensamiento en la mente de alguien más. Ni una sombra, ni un eco. Lo que eras, lo que podrías haber sido, se ha desvanecido por completo. No hay testigos, no hay huellas, y en ese olvido total, la nada te consume sin esfuerzo.
-El mundo que conociste ya no tiene significado. Sus leyes, sus normas, sus promesas se han desvanecido junto con todo lo que te anclaba a él. Incluso tu fe, esa chispa que siempre ardió en lo más profundo de ti, esa fuerza que te sostuvo en las horas más oscuras, se ha extinguido. Ya no queda nada de ella. No es que haya sido aplastada o derrotada, simplemente se ha disuelto, como el humo de una vela que se apaga en una habitación vacía. Te ha abandonado, como todo lo demás. Ni siquiera esa pequeña esperanza que antes parecía eterna está contigo ahora.
-Aunque tú estuvieras momentos más solitarios, cuando el mundo te daba la espalda y todo parecía perdido, aunque tu hermano no este ahí al menos tenías esa «fe» del ARGD. Esa certeza de que, en el fondo, no estabas completamente sola. Incluso sin compañía, sin aquellos a quienes amabas, sin tu hermano, esa fe te había acompañado, dándote fuerzas. Pero ahora, no. Ahora estás verdaderamente sola. Y si estás tan sola que no queda nadie para recordarte, para pensar en ti, ¿alguna vez realmente exististe?
-Es una idea que no puedes siquiera formular del todo, porque ya no hay mente para pensarlo, pero la sensación está ahí, profunda y primordial. Una soledad tan vasta que desafía toda comprensión. Llorar no es una opción. No puedes buscar consuelo, porque no hay nadie, ni nada, que pueda ofrecerlo. No hay forma de escapar, porque no hay lugar al que ir. Y aunque pudieras gritar, aunque pudieras clamar al vacío por salvación, sabes que nadie vendrá. Porque en esta nada absoluta, ya no existe nadie más.
Ni siquiera tú.
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