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<Bitácora del nuevo mundo: Cita dos
¿Esta tía que hace con su mano? ¿Acaso espanta las moscas? Normal, el nuevo mundo está llena de ellas aunque a diferencia de mi, he visto que se baña seguido ¿No le tendrá miedo a las enfermedades? Y no la estaba espiando, solamente la vi sin querer en un lago, Dios me libre de ser un mirón pero sea como sea, mi sonrisa se reduce y me tranquilizó, puede ser que no esté acostumbrada con el cortejo peninsular, a veces creo que tomarlas a la fuerza es lo que a las indias les gusta, he visto como algunas terminan con una enorme sonrisa pero una que otra vez me preguntó sobre los niños que saldrán de esas uniones pero lo que sea, tío, seguro esos críos van a construir grandes patrias en el futuro si es que tienen algo del gen español, regresando a mi cita, mi estómago me hace pasar una mala pasada soltando un rugido que la india debe escuchar y yo apenado, rasco mi nuca riendo de la vergüenza, el detalle es que ella se intenta comunicar así que ignoro por unos segundos el hambre para tratar de descifrar ese juego de mimicas que se monta, desgraciadamente no logro entender nada, al menos hasta que se digna a enseñar su castellano digno de portugués o francés, lo bueno es que me logra decir que hay algo mal en la forma de comer que tenía, cosa que me deja sorprendido, suspiro del alivio y diciéndome a mi mismo.
¿Diarrea? Hostia, morir de diarrea sería indigno para un español, no gracias...
Tambien ladeó las manos para darle a entender su punto, no quiero irme al reino de los cielos en un letrina, eso se lo dejo a los reyes franceses que por lo visto les gusta morir de esa manera, los francos si que son unos gilipollas de cuidado, como sea, le quito dicha envoltura de hiervas extrañas con una sonrisa como preguntándole con mis ojos si estoy haciendo bien, me siento como un chaval aprendiendo a usar la espada nuevamente, mientras desnudo mi alimento como si fuese uno de esos hombrecillos peludos de los árboles con esas frutas amarillas y alargadas (monos y plátano), arqueo mi ceja al oír el reclamo de la india en llamarla linda, rápidamente me quitó una parte de mi pechera al notar que la toca y la compara con su piel color canela de las indias orientales, tomo su fina mano con mi tosca, rasposa y dura manopla para ponerla en mi pecho donde se vea parte de mi piel color leche, al mismo tiempo pongo mi otra mano en su brazo, acariciándolo como si fuese mi Lucelda, de esta forma dejo que sienta mi pecho y los latidos que salen de este, viéndola a sus ojos, retomo mi sonrisa y digo...
Felurian... Ese ser vuestro nombre ¿No es así? Ya veo, maja, ambos somos de la misma materia que Jesucristo tomo para formarnos, solo que vuestra piel es de otro color, un color bello que me recuerda al Alcázar de Sevilla, hacedme caso cuando os cuento que me parece una linda señorita ¿Sabéis que el sol es creación de Dios? Y no hay creación de Dios que sea dañina, el sol solo la vuelve más hermosas a ojos del buen admirador, no temais en comprobar que lo único que diferencia a usted de mi son sus ropajes, bonita.
Quizas me haya pasado con toda mi palabrería y cursilería digna de algún bardo, tal vez no entienda ni media palabra pero viene de mi corazón de León como el del rey Alfonso VIII, que Dios lo tenga en su santa gloria, pero como sea, dejo que ella palpe todo lo que quiera de mi y a mí me gustaría bajar mi mano por su cuerpo pero me limito a su brazo que tocó tiernamente y con pulcredad, luego suelto su mano y me dispongo a comer, sin embargo lo primero que hago es juntar mis dos manos, bajar la cabeza, cerrar mis ojos y rezar un padre nuestro, un virgen María y al final un credo que cierro con la señal de Dios, tras persignarme, ahora sí tomo bien ese pescado e imitó las acciones de la pequeña india, le doy un probado a ese tal Robalo y mis mejillas se ponen de color rojo, mis ojos brillan cual luceros y sonrió sinónimo de que está rico ese platillo, como un poco sin modales, no soy un noble ni un aristócrata, solo un soldado así que puede ser que hasta coma peor que ella, así mismo, miro a la india que pide una historia, de esta forma tallo mi rostro lleno de restos de comida y luego de tragar con trabajo y beber vino que guardaba para una ocasiones especiales, pienso en que contarle como intercambio hasta que se me ocurre algo bastante épico.
Lo tengo... Te contaré la historia de un hombre que liberó mi tierra del yugo de los moros y sus sultanes, alguien que revivió de los muertos por obra del espíritu Santo para traer la catolicismo nuevamente en la península... A este se le conoce como Cid campeador... Y en tiempos de grande turbación y desdicha, cuando la espada y la fe se entrelazaban en la tierra de Hispania, ocurrió un milagro que aún resuena en las cantigas y romances de los juglares, el Cid Campeador, que en vida había sido el terror de los moros y la honra de los cristianos, no hallaba descanso en su tumba, tal era la necesidad de su patria, que el Cielo mismo conspiró para devolverle al mundo de los vivos, aquél día, la luna se escondía tras negras nubes, y la brisa murmuraba en el viejo romance, como si el mismo campo de batalla suspirase por el regreso de su héroe, los moros, confiados en su victoria, se mofaban de la tierra cristiana, creyendo que ningún hombre podría oponérseles, mas he aquí que el Cid, con la gloria que sólo los héroes inmortales poseen, resurgió de entre las sombras de la muerte, cubierto aún con su armadura de batalla y su espada Tizona en mano, su figura imponente hizo temblar a sus enemigos... “No está muerto quien pelea por la fe,” dijeron los que lo vieron, y corrió el rumor como el viento que el Campeador había vuelto, sus tropas, que antes titubeaban, alzaron los estandartes con nuevo brío, pues sabían que con el Cid a su mando, ninguna derrota era posible, el Cid, montado en su fiel Babieca, cargó contra los moros con tal furia que parecía que las mismas huestes celestiales le acompañaban y aunque ya no era un hombre vivo, su destreza y valor estaban intactos, de su espada brotaban chispas de fuego, como si cada golpe fuese una sentencia divina. Los moros, que se creían invencibles, huían despavoridos, gritando que los muertos se habían levantado para destruirles, así, el Cid, aún en la muerte, cumplió con su deber de caballero, y con su victoria trajo paz a las tierras que tanto amaba y dicen las crónicas que, una vez la batalla hubo terminado, el Cid se desvaneció como humo ante la vista de sus hombres, dejando en la tierra sólo el eco de su gesta, de este modo se cumplió la profecía que decía: “Rodrigo Díaz de Vivar, muerto en cuerpo, pero vivo en el espíritu, será quien ponga fin a la guerra que asola a los cristianos" y desde entonces, su nombre fue cantado con más fervor que nunca, pues ni la muerte pudo con él...
Creo que sobre pase la línea a la hora de contar dicha historia pero es que la leyenda del Cid siempre me ha parecido cojonuda en todos los sentidos posibles, aún así espero que la india pueda entender por lo menos el 60% de la historia que la narre con mucho empeño y casi como si fuese un escritor de cuentos como aquel amigo mío de apellido Cervantes, es muy hábil con su escritura y narración, seguramente algún descendiente suyo escribirá una historia que quedara en la posteridad de la humanidad pero en fin, espero cualquier tipo de reacción de la chica esperando que le guste tanto como me gustó a mi cuando mi padre me la contó de crío, mientras continuo comiendo con mis manos tal cual salvaje y también espero que ella me cuente una historia de sus tierras inhóspitas, también le ofrezco vino a ver si le gusta algo de España, le hago señas como diciéndole que es una bebida de mis tierras y le pido que se la tome a ver si es de vuestro agrado, en cierta medida es fascinante todo esto, como no sabemos nada del uno del otro ni conocemos lo que aguarda el mundo de cada quien pero estamos aquí, dispuestos a embarcar una aventura a lo desconocido y comprobar si nos gusta o no.