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(((Yasuke)))
La neblina de la confusión era espesa, como una niebla que se asentaba sobre mi mente, dejándome sumido en una sensación de desorientación. El dolor punzante en mi costado me trajo de vuelta a la realidad. Era un dolor familiar, un recordatorio de lo que había sucedido, de lo que había sufrido. Mis dedos, instintivos, fueron al lugar de la herida, tocando las vendas que cubrían la carne rasgada. El contacto me hizo fruncir el ceño. No estaba muerto… ¿O sí? No podía estar seguro. Algo no cuadraba.
Mis sentidos se afilaron, como el filo de una katana bien templada. El aire era pesado, y un olor extraño, distinto al humo y la sangre del campo de batalla, llenaba mis pulmones. El lugar no me era familiar. Los muros bajos, la madera crujiente bajo mis pies, el techo que casi parecía apretarme la cabeza. Este no era un castillo ni un dojo. No estaba en Honnō-ji, no estaba en la casa de los Oda, no estaba en la casa de Tokugawa. No estaba en el campo de batalla.
¿Dónde demonios estoy?
La habitación era sencilla, austera, pero algo en el ambiente me parecía ajeno. Como un escenario donde los elementos no encajan, como un lugar que no se siente genuino. Mis ojos se movieron con rapidez por el entorno, buscando cualquier señal de amenaza, cualquier movimiento que pudiera alertarme. Mis manos se alzaron sin pensar, los dedos entrelazados, buscando el consuelo del peso de mi espada. Pero no estaba allí. No había espada, no había acero, no había defensa. Solo mis propias manos, vacías, y el recuerdo de mi deber.
La memoria de la batalla de Honnō-ji se deshizo en mi mente como un sueño roto. Recordaba la furia de las llamas, el rugido de los samuráis en combate, los gritos que se mezclaban con el crepitar del fuego, el caos absoluto. La traición de Mitsuhide, que, con la precisión de una serpiente, se había levantado contra Nobunaga, y contra mí. Mi señor, Nobunaga Oda, el hombre al que había jurado lealtad y su hijo, el joven señor Nobukatsu, aquel chico al que quería seguir después de su padre.
¿Por qué? Mi mente no podía procesarlo. Había sido uno de los nuestros, y aún así me había quitado la vida. Había caído a manos de uno de los míos, como si fuera solo una pieza más en un tablero de ajedrez, movida sin piedad para obtener un objetivo más grande. Pero no podía permitir que esa impotencia me dominara. Como samurái, como hombre de honor, no podía dejar que la duda me devorara.
El dolor de mi costado me devolvió a la realidad. Me levanté de un salto, las piernas temblorosas al principio, pero pronto recuperé el equilibrio. Mis ojos volvieron a recorrer la habitación, cada rincón, cada sombra, buscando respuestas. Y entonces la vi. La figura, delgada y misteriosa, parada en el umbral. Mis instintos se dispararon, y de inmediato me puse de pie, adoptando una postura defensiva, aunque aún sin espada.
Una mujer. No era una mujer común. Sus orejas alargadas y su rostro de una belleza extraña, casi sobrenatural, me desconcertaron. Sus ojos brillaban, pero no era solo el brillo físico de la luz que se reflejaba en ellos. Era algo más, algo que no entendía. ¿Qué era ella? Se parece a aquellos hombres blancos que alguna vez me tomaron como esclavo y me llevaron a donde me encontré con mi señor ¿Y por qué me observaba con esa intensidad? Mi corazón latió más rápido, pero me obligué a mantener la calma, a no mostrar miedo.
Un samurái nunca muestra miedo. Así lo me lo enseñaron.
—¿Quién eres? ¿Dónde estamos? Esto es el... Mas allá... —Mi voz, grave y firme, cortó el aire. No había espacio para vacilaciones. La situación era confusa, pero mi deber seguía intacto, aunque no tuviera claro qué estaba sucediendo.
La mujer comenzó a hablar en un idioma que no comprendí, una lengua extraña, que resonaba en mis oídos como un eco lejano, esto me recordó a cuando llegue a
Nihon y no entendía el idioma de Oda. Sus palabras eran rápidas, con un tono urgente, pero su postura no mostraba hostilidad a pesar de yo medir 2 metros y ser notablemente mas grande que ella. Antes de que pudiera procesar lo que decía, ella se giró y corrió hacia la puerta. Mis ojos la siguieron, y un sentimiento de incomodidad se apoderó de mí. Era como si estuviera atrapado en un lugar donde las reglas que conocía ya no tuvieran sentido.
De repente, la puerta se abrió con un crujido. Entraron otras figuras. Más de ellos, pero todos eran parecidos a la mujer. Seres extraños, de rostro fino, ojos claros, y un brillo casi etéreo en su piel. No eran humanos.
¿Qué demonios está pasando?
Mi instinto de samurái se activó de inmediato. El peligro estaba cerca, pero no por sus miradas o sus formas, sino por lo que representaban: lo desconocido. Mi corazón latía con la furia de la batalla, pero mi mente buscaba respuestas.
No estoy muerto... al menos no de la manera en que entiendo la muerte. Pero este lugar no era el campo de batalla. No era
Nihon.
¿He sido llevado al infierno? O quizás a otro mundo, uno donde las reglas eran diferentes, y yo, un samurái extranjero, estaba atrapado.
Un hombre de edad avanzada entró en la habitación, y su presencia hizo que la atmósfera se tornara aún más extraña. Su porte no era el de un guerrero, pero sí de alguien que estaba acostumbrado a la quietud, a la calma, a la reflexión. Sus ojos, cansados, se posaron sobre mí. Era el líder de estos seres, o al menos eso parecía. Me miró sin sorpresa, sin miedo, y luego hizo una reverencia, algo que no esperaba. No lo entendía, pero no era momento de cuestionar. *No estoy en posición de cuestionar nada*.
<Me da gusto verlo despierto, con todas esas heridas no esperaba que sobreviviera. Es un hombre de mucha fuerza.
Su voz era profunda, pero cargada de una serenidad que contrastaba con la desesperación que sentía en mi interior. No respondí de inmediato. En lugar de eso, miré las vendas que cubrían mi cuerpo. Las heridas del combate.
¿Cuánto tiempo he estado aquí?
El silencio entre nosotros fue denso, pero no incómodo. Yo no estaba en posición de exigir respuestas, pero el hecho de estar vivo me sorprendía. Después de todo lo ocurrido, después de que la espada de Mitsuhide me cortara el alma y el cuerpo, ¿Cómo era posible que estuviera aquí, en este lugar extraño? Mori, es imposible que alguien me haya salvado.
Mi mirada se endureció mientras respondía, mi voz seria, cargada de desconfianza:
—No sé cómo llegué aquí. No sé qué clase de lugar es este, ni qué clase de seres son ustedes. Pero… ¿Dónde está mi espada? Necesito recuperar mi honor.
Mi corazón seguía palpitando fuerte. Aunque mi cuerpo estaba herido, mi mente estaba intacta. No podía quedarme aquí, no sin entender qué sucedía. No podía simplemente rendirme. Un samurái verdadero nunca se rinde. No importa lo que pase, siempre hay algo más que hacer.
Me tomé un momento para mirar de nuevo a los extraños. Ellos no parecían hostiles, pero mi desconfianza era mayor que cualquier gesto amable que pudieran ofrecerme. Mi vida había sido una serie de batallas, traiciones y caídas. ¿Qué era este nuevo lugar, sino otro obstáculo que debía superar?
En mi pecho ardía la llama de la determinación. La muerte no había ganado. No aún.
<Imagino que tendrás hambre, tienes casi una semana inconsciente, te ayudare en lo que pueda de momento
Pero mi estomago me hace una jugarreta y resuena como el rugido de algún temible yokai, esto me deja en silencio con suma vergüenza, no puedo tirar a la basura mi orgullo, menos delante de extraños así que toso para fingir que no acaban de escuchar mis tripas hambrientas y para desviar el tema comento:
— ¿Tu eres el líder de aquí? Si no, llévame con tu líder...