<Nombre
Gregorio Casas
<Edad
31
<Historia
Nacido bajo un techo de cal, en una casa sin ventanas donde los rezos se quedaban colgando del techo como murciélagos dormidos, Gregorio Casas nunca fue del todo niño. Desde pequeño le hablaban de milagros como quien habla de herrumbre o moho. inevitables, silenciosos, necesarios. Fue monaguillo en un templo sin santos, sirviente de un sacerdote que nunca abrió la boca salvo para sorber sopa y dictar sentencias con la mirada. Aprendió a leer de los libros sagrados y a llorar con la cabeza dentro de un balde de agua para que no se le oyera.
Cuando el volcán escupió sus entrañas sobre la tierra, Gregorio caminó en dirección opuesta. Anduvo entre pueblos sin nombre, hablando con ciegos que veían más que los sabios, durmiendo bajo cruces abandonadas que aún olían a incienso. No sabe por qué regresó a Bella Fortuna, ni si alguna vez se fue del todo. Talvez volvió por una promesa hecha bajo tierra, o por una voz que no le pertenece, o por una deuda que no puede pagar con monedas... Siempre se cambia el motivo.
No guarda familia ni imagen de sí mismo. En su andar, colecciona gestos, murmullos, huellas mal borradas. Viste como un hombre que teme volver a pertenecerle a algo. Mira como si esperara ver fuego en cualquier rincón. Escribe, a veces, nombres en la tierra con el dedo, y luego los borra antes de que alguien los lea.
<Deseo
No busca redención, porque para ello habría que haber pecado. Tampoco busca justicia, porque ya la ha visto y no le convenció. Hay quienes dicen que busca a un hombre, o a una palabra, o a una versión de sí mismo que se quedó quieta en el tiempo mientras él se marchaba. Otros creen que solo camina para no ser alcanzado por lo que le sigue.
Al hablar frente a la luz de la fogata y los ojos brillando como espejos sucios, quizá diga que busca la prueba de que los milagros no nacen del sacrificio.... sino del amor. O de la memoria. O de algo más antiguo que ambas cosas. Quizá ni él sepa que su deseo tiene forma de rostro amado, que jamás le pidió nada, y sin embargo lo espera en cada esquina.
«La sangre llama. Y a veces uno contesta, no por fe... sino por costumbre.»
<Atributos
+Fuerza
+Sueño rápido
+Vitalidad
+Voluntad de acero
-Maldición de Constriccion
+Noctámbulo
-Gay Es putazo
«Hay cuerpos que me han seguido como perros sin amo. A veces se cuelan en mis sueños, a veces sólo cruzan por una calle y dejan tras de sí un perfume que se queda para siempre. No importa si vienen cubiertos de polvo o de seda, si se arrastran con el hambre del mundo o caminan con la arrogancia del mármol. Yo los veo a todos.»
«Amo al niño, joven de voz trémula, al flacucho de huesos mal unidos, con la mirada como la de un ciervo herido que ya aprendió a no huir. La carne pálida, sin pelo, tersa como pan recién hecho. Esos que tiemblan cuando les hablo suave, que no entienden el deseo, pero lo sienten como un cuchillo deslizándose entre las costillas. Porque yo los amo, profundamente, los amo como se ama lo que se sabe perdido desde antes de nacer.»
«Y también me conmueven los grandes, falsos adultos, arrogantes o perdidos. Los torpes, los de manos que no saben qué hacer con tanto músculo pero una cara suave y angelical, los que lloran en secreto porque nadie espera de ellos delicadeza. Me encantan los valientes, los que han matado por un trozo de pan o por orgullo malherido, los que me mirarían con asco si supieran, pero que se rendirían si yo los abrazara como un ángel negro al pie de una cama en llamas.»
«Hay algo en todos ellos, ricos, pobres, limpios, sucios, miedosos, tercos, tontos o serios, que me llama. No sé si es la forma en que caminan, o el modo en que sus venas laten en sus cuellos, o la manera absurda en que confían, por un segundo apenas, cuando les hablo. Esa chispa de fe. De querer ser comprendidos. De querer pertenecerle a alguien, aunque sea por una noche.»
«Y yo los querría todos. A cada uno. No como un carnicero quiere a su presa, sino como un niño quiere guardar al sol en una caja. Los tomaría, los abrazaría, me meteria dentro de ellos, y ellos dentro de mi corazon. No para hacerles daño, no como entienden ustedes el daño, sino para que no se fueran nunca. Para que me habitaran por dentro, como los santos habitan las catedrales. Porque los amo, sí. Y porque soy débil.»
«¿Nunca has querido guardar algo tan hermoso que te dé miedo que el mundo lo vea?»
«Yo sí. Cada día.»
«Y cuando no hay nadie, me quedo mirando al fuego. Porque el fuego se parece a ellos: hermoso, vivo... y dispuesto a morir por nada.»