Estuve escribiendo un fanfic corto de Mario Bros, que trata sobre los orígenes antes del Super Mario Bros para la NES. Lo posteo por aquí en caso algún negro quiera dar su opinión. Esta primera parte está basada en Bombs Away, un juego de Game & Watch del fontanero.
...
Sonidos estridentes. Gritos. El aroma a polvo y a pólvora, seguido por tierra saltando y la jungla quemada. El enemigo está entre los arboles, entre la hierba alta, en todas partes, y como una hecatombe ataca sin cesar con el único objetivo de erradicarlos. Los Bomb-omb se arrojan y estallan, dan su vida por la causa de su rey, y en sus grandes ojos blancos no hay duda o temor, y Mario podría jurar, que tampoco tienen alma.
—Señor Mario.
Una palmera se agita, de esta cae un regalo de la parca. Liso, esférico, Mario lo ataja antes que golpee el suelo, es entonces que hace contacto visual con el compacto pero peligroso ser, y no lo entiende. Aun con guantes, el bomb-omb es frío al tacto, pero su mecha arde como nada en el mundo, con pasión, y Mario se pregunta, ¿qué lo motiva? ¿Es tan poderosa la lealtad hacia los monarcas? Porque está claro que a diferencia de él, de su pelotón, los bomb-omb no luchan por monedas doradas. Vienen allí a morir, abanderan el sacrificio. Más que un espíritu, en los ojos blancos se refleja un fragmento de película, aparecen cientos de explosivos marchando, y en una carroza a su gobernante, Rey Bomb-omb, que saluda a mano alzada y espera a llegar a la tarima para dar un envalentonante discurso en nombre de la patria. Hombres, mujeres, niños, ancianos, todos de su raza, aplauden a favor de las promesas de matanza y supremacía. El rey dicta, ¡Exploten! y ellos preguntan, ¿Qué tanto?
—Señor Mario.
Corre. Se mueve. Avanza a las lineas enemigas. La bomba agita sus pies, mientras él mantiene firme el agarre con sus dedos rechonchos. Algo explota a su derecha, y deja sus oídos zumbando, pero no para. La mecha está más corta. Cinco segundos para que explote. Cuatro. Tres. Dos. Mario flexiona las rodillas y salta, da un brinco imposible, incalculable, y lanza al bomb-omb a la trinchera. La esfera se cuela y el mundo pierde el color.
—¡Señor Mario Mario! ¡¿Le estoy aburriendo?!
La voz del banquero lo saca de sus ensoñaciones. La hostil naturaleza cambia, ahora son diplomas y credenciales en la pared, el sol no se filtra por las hojas de las palmeras, sino por un ventanal en un costado con vista hacia los otros edificios de Nueva Donk, la madera pasa a formar un escritorio y los búfalos se transforman en sillones de piel cuya respiración y palpito de vida tarda unos segundos más en desaparecer que el resto de la fantasía.
—Mamma mía —Se lleva una mano hasta la gorra parda, sin insignia, y se lo quita. —Mi scusi. Prosiga, buen señor.
El lakitu de nariz aguileña asiente, satisfecho por la docil actitud, y vuelve a revisar desde su nube los documentos traídos por el bajo bigotudo.
—Condecorado con tres corazones rojos. Una estrella de hierro. Y una medalla al honor. Como le decía, un curriculum muy impresionante, caballero. —El lakitu le mira desde abajo de sus anteojos de lectura. Mario asiente, sus manos mueven inquietas la gorra entre sus dedos, porque sabe que cualquier acción que disguste al lakitu puede ser la diferencia entre la autorización del préstamo o un rotundo rechazo.
Necesita una inyección de dinero para volver a surfear en esa frágil economía, porque cada día es más difícil mantener un negocio o una vida estable, sin en el intento quedar ahogado por las deudas. El fracaso de su compañía de cemento es prueba de ello. Las sanciones y preferencias impuestas por el reino Koopa, nación que lidera las principales fuentes de energía: fuego, petroleo, lava, y carbón, que a su vez tienen el apoyo de una potente y autóctona maquinaria militar, embisten con fuerza al proletariado. Ha llegado un punto donde todo lo que no vista un caparazón, o no sea allegado a la burguesía escamosa, se ve casi imposibilitado para prosperar. Obviamente ese banquero que tiene al frente, ahí en su nube de opulencia y superioridad, el que en estos momentos tiene su carta para un mejor futuro, poco le afecta la actual situación desde que su monarca le rindió pleitesía al rey de los Koopas. Ahora es otra pieza más del tanque que avanza y muele bajo sus correas a los no privilegiados.
—Sería un placer extender la mano a un héroe cuando lo necesita, pero...
''No posee la base suficiente para pedir el crédito. La economía es una locura ahora, es imposible entregar lo que pide. Hableme de los informes de su adicción a los champiñones. Tiene citas con el psicólogo, ¿no es así? Sin esposa, sin hijos, sin casa propia. ¿Cómo le fue en su último negocio? Según parece lleva sin un trabajo sustentable desde que regresó de la guerra. No es el tipo de cliente con el que trabajamos. ¿Tiene problemas para contener la ira, señor?
Mario piensa sobre sí mismo como un hombre honesto. Por eso es trasparente, y por eso es tan sencillo para esos ejecutivos de traje y zapatos caros despacharlo sin parpadear. Es el sexto banco que visita esa semana y la historia se repite. Apretando su gorra, se disculpa por las molestias y agradece porque lo atendieran, da gracias por el rechazo sin saber muy bien por qué, y cuando regresa la gorra a su cabeza y se retira, como en los otros bancos siente el impulso de largarse con un portazo. Cierra con suavidad.''
—¿Lo conseguimos?
En la acera frente las escaleras del banco, su hermano le espera en el camión de cemento. La expresión de Luigi al inclinarse y abrir la puerta para preguntar cómo fue, es una sonrisa optimista llena de expectativas, que se va haciendo más pequeña al reconocer el pesar en el rostro de su hermano.
—Oh...
Mario sube y cierra. Recuesta su cuerpo en el asiento, claramente con sus energías mermadas como si acabara de correr un maratón. Su hermano le da una palmada en el hombre.
—Tranquilo. Sé que lo lograremos en el siguiente.
Mario se limita a bajar el ala de la gorra para cubrirse los ojos. Luigi suspira, mueve la palanca y pone en marcha al camión hacia el barrio donde viven. Entiende que se acabó la búsqueda de oportunidades, al menos por hoy.
Bajo la gorra la oscuridad se arremolina y se convierte en cielo, estelas de humo trazan las nubes, y el sol quema los ojos azules del veterano. Está tendido en la tierra dañada, con el cuerpo adolorido, incapaz de moverse, rodeando por los trozos de los soldados enemigos y la ceniza. Un bomb-omb se encuentra tumbado a medio metro de su cabeza, sin pies y sin mecha, un capitán moribundo.
—¿Eres un asesino?
Pregunta, siendo esa la primera vez que Mario intercambia palabras con un enemigo. Pero le resulta lo más natural responder.
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—Soy un soldado.
—Ninguna de las dos cosas. —El capitán tose. —Eres el chico de los recados. —Su voz disminuye, pero Mario oye con total claridad. —Al que mandan sus jefes a cobrar la factura.
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