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Cinco.Seis.
Corres al primer salón que encuentras, saltando por encima la madera podrida de la puerta rota, y metes mano al casillero abierto en la esquina del aula, revolviendo sus contenidos en busca de algo con qué defenderte de Inés.
Bajo una montaña de hojas rotas, muñecos de papel, tapas de libros y calcetines viejos encuentras un tétrico tren de juguete con rostro humano que huele a carne podrida y moho.
Inés:
Jeeeaneeett.
Inés canta tu nombre por los pasillos con un lamento espectral que crece en sonoridad con cada sílaba. La última "t" la pronuncia ya estando sobre el marco de la puerta.
Inés:
Te encontré.
La Inés de tres metros recoge sus piernas adentro de su túnica agujereada para flotar por encima de la puerta caída del aula, torciéndose el cuello como un búho al entrar para no golpearse la cabeza con el marco de la puerta. Empuñas tu tren como un amuleto para mantener a los malos espírtus a raya.
Inés:
¿Qué es eso?
Mira el tren con el ojo que le sobresale del saco atado sobre su cabeza, para luego apuntarle con el cañón extra largo de su revólver y destruirlo aún sobre tu mano con una sola bala.
Inés:
Eres estúpida.
Las cadenas que la orbitan saltan hacia ti por sí solas, amarrando tus brazos, piernas, cintura, cadera y cuello en un instante.
Inés:
Ni en tus sueños podrás escapar de mí.
Te levanta en el aire bruscamente por medio de las cadenas, golpeando tu cabeza contra el techo y luego tu espalda contra la ventana del salón.
Inés:
Somos mejores amigas de por vida.
Tu cuerpo levita hasta afuera de la ventana, dos pisos por encima de la tierra, y más. Mirando hacia abajo, puedes apreciar cómo el patio trasero de la escuela se aleja más y más de tus pies colgantes, sumándole pisos a tu potencial caída. El piso mismo se transforma también, pasando de tierra común y corriente a una multitud de rocas filosas sobre un mar rojo y bravo.
Inés:
Ni siquiera la muerte nos podrá separar.
Una por una, las cadenas se separan de ti, empezando por las que atan tus piernas, luego por las que atan tus brazos. Finalmente las cadenas se desenredan de tu pecho, dejándote colgando únicamente por el cuello sobre el abismo.
Boltzmann:
Ok, eso es suficiente.
El psicólogo te despierta con un chasquido de sus dedos, y estás de regreso en su consultorio, lleno de brillos y colores por todas partes excepto sobre el mismo doctor, que está siempre cubierto por una sombra rara inexplicable.
Boltzmann:
Lo que esta chica tiene no es una enfermedad mental, es una maldición, no entra en mi campo.
P:
¿No hay nada que pueda hacer?
Tu hijo está a tu lado en otra silla, apretando tu mano y quizás viendo al psicólogo, no hay forma de saberlo porque no tiene ojos en la P...
Boltzmann:
Podría hacer cambios en su cabeza para que aprenda a vivir feliz con la maldición pero eso no la va arreglar.
Atrevidamente honesto para un ser que se alimenta de las desgracias ajenas (porque tratando problemas mentales es que se gana el pan).
Boltzmann:
Lo que necesitan es un médico brujo. Puedo presentarles uno.[Expand Post]
Presiona un botón bajo su escritorio y todas las luces se apagan. Un proyector detrás de ustedes muestra la imagen de un indio enano con cabeza de calaca en la pared frente a ti.
Boltzmann: Hay una cabina telefónica pasando el puente. Entren y pregúntenle al recibidor por el Barón Wahoo.
P: Muchas gracias.
Suelta tu mano para estrechar la del doctor, levantándose antes de su silla. La proyección se apaga y las luces se encienden.
P: Vámonos, mamá.
Te lleva de la mano hasta la puerta.
Boltzmann: Vuelvan cuando necesiten ayuda profesional.
Salen otra vez al pasillo, donde los esperan Carrl, Willl y la indeseable.
Inés: Te dije que no era una enfermedad mental, pero no quisiste escucharme. Qué desperdicio de dinero.
Resopla, en tu cara. Los demás la ignoran.
Carrl: ¿Qué les dijo el loquero?
P: Que mi mamá está maldita y tenemos que llevarla con el Barón Wahoo.
Inés: Si te digo que no va a funcionar tampoco me vas a escuchar, ¿verdad? Claro que no. Te vas a dejar arrastrar por estos a quien sabe donde a hacer quien sabe qué, perdiendo el tiempo.
Flota por encima de ti y se sienta en tu cabeza, o más bien levita con su trasero pegado de ella, ya que no sientes su peso.
Inés: La única forma de deshacerte de mí es olvidándome y me aseguraré de que nunca puedas hacerlo siendo tan molesta como me sea mágicamente posible, frentesota.
Golpea sus palmas contra tu frente, usándola de bongó. Nadie en la sala de espera puede escuchar la música que emana de tu cabeza.
P: Vamos a buscar una cabina telefónica.
Salen de la escuela, despidiéndose de la botarga de conejo en el camino.